domingo, 28 de agosto de 2011

Paula IV - I know you, I walked with you once upon a dream.

La miró y pensó “Vos y yo podríamos llevarnos bien si fueras lo que imagino.”
Y entonces la imaginó.
La imaginó sosteniendo una copa de jugo de manzana mientras se acercaba. Imaginó su sonrisa, la más genuina había visto en una mujer. Imaginó que era capaz de sorprenderlo con charlas vanales y apasionarlo con reflexiones espontáneas. Casi de inmediato se dio cuenta de que le encantaba hacerla reír. Ella se reía con ganas, sin pedir permiso ni perdón. Y a él le encantaba su seguridad.
Eran apenas las dos de la mañana pero habían estado hablando desde las nueve y en el maquillaje corrido se notaba su cansancio. “Me encantó conocerte” le dijo y él se sonrió encantado por su sinceridad. Sintió que podía enamorarse de ella y le preguntó si podría acompañarla hasta el taxi. Ella iba a caminar las diez cuadras que había hasta su casa. Él podía acompañarla, si quería.
La brisa fresca y la luz amarilla de los faroles eran algunas de las pocas cosas que verdaderamente disfrutaba de esa ciudad. Estaba acostumbrado a caminar solo y el sonido de zapatos de taco a su par le era nuevo.
Caminaron varias cuadras en silencio. El silencio que compartían era tan cómodo, tan ridículamente cómodo que pensó que el amor debía ser eso; estar solo pero con otra persona. Sin exigir palabras, ni sonrisas que no hacían falta.
La escuchó reírse detrás de él. Se dio vuelta y vio que ella lo esperaba para doblar en una esquina en la que él había seguido de largo. Se miraron por segundos que parecieron momentos. Ella se acercó y le dio un beso rápido y algo brusco. Se alejó ruborizada por su propia torpeza y los dos se sonrieron. Pensó en las veces que había deseado mirar a alguien con la certeza de que los dos querían lo mismo. Se acercaron casi al mismo tiempo y se quedaron a centímetros el uno del otro. Ella se mordió sutilmente el labio y él tuvo la sensación de que ella también había estado esperando.
Su boca era suave y su mordida lenta.
Casi sin darse cuenta, se encontraron ambos contra la pared de uno de los edificios. Ella se sacó los zapatos de taco y le mostró su verdadera altura mientras él le sonreía agotado del sueño y apoyando la espalda contra la pared.
Ella se mordió el labio de nuevo y se acercó a él, le dio un beso y sin ningún pudor se dio vuelta. Su espalda contra su pecho. Giró la cara para darle un beso. Las manos de él tenían acceso a todo su cuerpo y ella no le pedía que se detuviera. Él metió su mano por el escote del vestido; no tenía corpiño.
Ella se separó rápido al escuchar a un hombre toser. Le susurró avergonzada al oído “Mi vecino.” Los dos rieron y él le dio un beso en la mejilla.
Dieron pocos pasos hacia su puerta.
“Te invitaría a pasar pero…”
Él niega con la cabeza. “Vamos a tener tiempo para todo.”
Y su propia certeza fue la que le hizo dar el primer paso hacia aquella mujer de vestido turquesa. Sin una copa en la mano, él se encargó de tomar dos copas de champagne de la mesa. Se acercó y le dijo “Vos y yo podríamos llevarnos bien si fueras lo que imaginé.”
Ella sonrió y en su sonrisa notó el labial rojo que plastificaba sus labios, el corpiño que llevaba apretaba tanto sus pechos que ninguna mano podría entrar en su vestido. Los zapatos también turquesas estaban tan complejamente atados a sus pies que probablemente debería dormir con ellos esa noche.
En sólo un instante entendió que él no se enamoraría de ella y pensó en cuanto le gustaba el recuerdo de lo que había imaginado y decidió quedárselo. Ahora sólo debía encontrar el rostro de aquella mujer que lo acompañaría.

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