viernes, 4 de febrero de 2011

Monólogo 1.

Tomó una larga bocanada de aire y me confesó que había otra persona en su vida, una mujer muy buena que lo quería mucho y que recién se había reunido con él en Córdoba. Su tono parecía querer sugerirme que su dedicación a ella, su decisión de dejarme pro ella, era casi un acto compasivo de su parte, como si de las dos yo fuera la más capaz de vivir sin él. “Vos sabés que siempre te voy a querer.”, me dijo con una sonrisa apesadumbrada, pidiéndome con la mirada que lo comprendiera, que siguiera siendo su amiga. “Vos sos fuerte”, me dijo. “Vos podés superarlo.” Le seguí el hilo. Lo abracé, puse mi cabeza en su pecho y le agradecí su confianza. Sí que podría vivir con eso, le dije. Prefería que me dijera la verdad, a continuar conjeturando y esperándolo en vano. Y claro que sería su amiga, siempre sería su amiga. (…)
La confesión de Mario me sumió en una profunda tristeza. La obsesión de ese amor me duró largo tiempo. (…)
Decidí entonces probar antiguas estrategias de seducción para intentar recuperar la noción de mí misma. Se despertó en mí un instinto casi masculino de conquista. Los hombres dejaron de sorprenderme. Comprobé que bastaban ciertos gestos, cierta tibieza de ojos abiertos, liberar la sensualidad con la adecuada dosis de atrevimiento o delicadeza para que me siguieran tal como si fuera el flautista de Hamelin. Aprendí qué costuras sutiles penetrar para que se tornaran dúctiles y dóciles. Decidí descifrar las mitologías que atribuían a mi género el caos, el fin de la racionalidad, la capacidad de provocar guerras y cataclismos universales con el mordisco a una manzana o el desatar de una sandalia.
La exploración disipó las dudas sobre mi poder pero no ahuyentó la tristeza. Comprendí que el único mecanismo de control del desbordado erotismo femenino es que requiere del amor para desatarse plenamente.


- Gioconda Belli. (El país bajo mi piel)

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